Llegas a casa un día cualquiera de comienzos del mes de Diciembre. Las clases de ese año en la E.G.B tienen más contenido porque es un curso importante; ese año consigues nada más y nada menos que el Graduado Escolar. Dicen por ahí que su importancia radica en que es lo mínimo que te van a pedir en un trabajo, y tú..., tú sabes que en ello te va bastante si quieres continuar estudiando en "el insti" de tu barrio. Ese día ha sido el primero realmente invernal en Burgos y bajo tu coreana azul has percibido que la estación va a ser dura; posiblemente muy lluviosa y con alguna que otra nevada importante. Al abrir el portal has visto a tu vecino haciendo astillas en la acera de enfrente y por las escaleras tu padre sube con un saco de carbón para calentar la cocina.
Huele a castañas asadas que quizá se están haciendo en ese momento en el horno. Besas a tu madre y coges unas galletas del armario de la cocina, al pasar por el comedor antes de poner la televisión haces el mismo gesto instintivo pero casi reverencial de todos los días ante el tapiz de los ciervos, o quizá en tu caso fuera el de los pavos reales. ¡No hay nada... !; ni en la primera ni en el UHF consigues encontrar algo interesante. Mientras acabas tus María Fontaneda de las que caen algunas migajas a la alfombra como estrellas fugaces de trigo y harina tostada, decides que vas a llamar a Víctor, no tienes que marcar el 947 y además vive tan cerca que casi te va a oír de viva voz.
Víctor si que está interesado en terminar de ver -Con ocho basta- pero queda contigo veinte minutos después en el portal de Óscar que también ha dicho que viene. Tu vecino está recogiendo de rodillas las últimas estacas bajo el hacha de acero , mientras tus amigos te esperan ya desde hace unos minutos abrigados de tal forma que sólo se les ve los ojos a través de las parkas coreanas. Pese al hielo que cae inapelable esa tarde burgalesa, decidís partir al parque donde es posible que estén "las chicas".
Aquella noche volviste a casa y tu madre percibió en ti una mirada diferente. La mañana siguiente, ese mes, ese verano conseguiste tu merecido graduado. Luego vino el instituto y la universidad donde también te acompañaba al campus como alumna aventajada.
Hoy en tu salón un cuadro de extrañas figuras de diseño preside la pared allí donde hubo ciervos y pavos en casa de tus padres. Te han llamado al móvil y te has conectado a internet, pero, mientras mira por la ventana otra vez más el caer de la noche burgalesa..., igual de bella que siempre..., Marta ha vuelto a decirte como aquel mismo día...:
- ¡Mario...! ¡hace frío...!
2 comentarios:
Qué poco nos importaba el frío cuando éramos jóvenes...
La de horas que hemos pasado sentados en los bancos de un parque, pasando frío, hablando de 'nuestras cosas' y viendo pasar a 'las chicas'.
Bonita entrada.
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