
Subiendo por una escalinata desde la
Catedral de Burgos nos encontramos uno de los rincones más animados de aquéllos maravillosos y recordados años. Sobre la loma se encontraba, y hoy aún se encuentra, el
"Mesón El Que Faltaba" con su letrero de aire gótico forjado en hierro negro. Lo acompañaban en su escondrijo otros establecimientos, tales como
los Laureles, famoso por sus bocadillos,
el Buen Yantar con su emparrado de viñas, o
el Quinto pino, con su punk-rock norteño. En esa época,
"El Que Faltaba" era punto de reunión de jóvenes de toda clase, atraídos por una tarde de conversación junto a los amigos, unos cachis de calimocho, y los imprescindibles cacahuetes de saco.
Esta zona fue tristemente famosa en sus postrimerías por las quejas de los vecinos sobre el ruido nocturno y los orines incontrolados, que fueron motivo de manifestaciones varias que condujeron a la eventual extinción del alboroto, pero no siempre fue así la cosa. En otros tiempos fue un lugar de peregrinación al que se llegaba a media tarde para refugiarse del intenso frío burgalés, al calor externo de una estufa de gas e interno de diversas bebidas espirituosas. A las pocas horas, el lugar y sus alrededores bullía de chicas y chicos jóvenes entregados a la alegría y, en ocasiones, a la canción popular con mejor y peor entonación. Los faroles se iban encendiendo con parsimonia hasta que a la hora bruja, cada mochuelo volvía a su olivo o seguía la noche, esparciéndose y a menudo desparramándose, por las calles inferiores de
las Llanas.
Durante muchos años, la contigua
Catedral estuvo en obras de restauración, y mas de uno y de dos trataron embriagados de trepar a los andamios de las agujas, con esperpéntico resultado. Otras veces se podía presenciar el ancestral rito de las peleas chulescas de jovencitos que se pavoneaban amenazando con llegar a las manos, si bien solían acabar tan amigos. Las menos veces, dos chicas se tiraban del pelo en la escalera, lloraban y se reconciliaban luego para acabar siendo amigas "para toda la vida". Algunas parejas se escabullían por el callejón trasero a fin de entregarse a los primeros e inocentes besos. El resto jaleaba su regreso con algazara sobre la sólida y garabateada mesa que da nombre al local, testigo de innumerables llaveros que, puntiagudos, engastaban los apodos de sus depositarios. Siempre con alegría y jarana se recibía a media tarde al último de la pandilla en llegar, voceando:
"¡el que faltaba!"A petición de Blogochentaburgos:
Alfonso de la Fuente RuizAlfonso y compañia