Es hoy una de las habituales de Blogochentaburgos, Elvira Rilova, la que nos hace la entrada de bares del fin de semana con los recuerdos que ella guarda de uno de ellos; La Peña Taurina que estaba ubicada en la confluencia de las calles San Gil y Avellanos.
Elvira Rilova dijo: En cuestión de bares soy terriblemente infiel. Tengo la costrumbre de acudir durante meses al mismo lugar y después, aburrida por la rutina, abandonarlo como a un trapo, tras fijarme en bares mucho más nuevos y atractivos. Luego descubro que mis primeros amores han desaparecido bajo las palas de una excavadora o cambiado de nombre, o peor, de ambiente, y me entra una congoja horrible por no haberme despedido de ellos en condiciones. Pero a lo mejor este es un fenómeno que solo nos ocurre en mi pandilla (si los que me leeis también sufrís el síndrome, comunicádmelo, pues me quedaré más tranquila).
La peña Taurina fue uno de los bares que padecieron mi indiferencia después de haber sido mi segunda casa durante mucho tiempo. Ubicada en la confluencia de las calles Avellanos y San Gil, era el típico bar baratillo y con buen rollo al que acudíamos a beber antes de lanzarnos a bailar desefrenadamente en los pubs de la Flora.
Este local (he investigado), pertenecía a la burgalesa Peña Taurina, que a pesar de lo decaído que está el mundo del toro (gracias a los activistas y a las faenas de Francisco Rivera) siguen organizando actos relacionados con la fiesta nacional (chapeau por ellos). Se trataba de un bar alargado, con un espacio al fondo donde había una improvisada pista de baile y en contra de lo que se pudiera pensar no contaba con ningún tipo de decoración costumbrista ni pintoresca, lease capotes, mantillas, cabezas de astados, guitarras o geranios, ni siquiera había una flamenca de plástico de esas que todos teníamos encima de la tele. Era un bareto de lo más normal. Los propietarios seguramente pensaron con buen tino, que estos adornos no se sobrepondrían a los posibles expolios de un Sanpedro burgalés, pero hubiera sido un buen punto a su favor, sobre todo a la hora de atraer a los escasos guiris que nos visitan de cuando en cuando.
Pero dejando a un lado mis preferencias estéticas en cuanto a bares se refiere, he de decir que la Peña, contaba con una amplia selección de chatos para el que hiciese la ronda de los vinos de la calle Avellanos. Además ofrecían brebajes altamente embriagatorios como una gran variedad de chupitos, los ya citados en este blog "Machacaos" (mezcla muy famosa por aquel entonces consistente en tequila y seven-up, que se golpeaba sobre la barra y se ingería sin miramientos para poder sentir las burbujillas bajando por la garganta), y el que era mi favorito, un cóctel que llevaba ginebra, blue-coraçao y granadina. Desconozco el nombre de pila de este potinge, pero entre mis amigos se conocía como "Agua de fregona" por el dudoso color que ofrecía. A pesar de todo, era exquisito.
La música del local era rockera en líneas generales, como no podía ser de otra manera, y pachanguera esporádicamente. Era la época que pegaban fuerte los Héroes del Silencio, Platero y tu , Extremoduro y otros por el estilo. Después de varias "Fregonas" todos cantábamos a grito pelado eso de "Quiero ser más rápido que ellos, echar todo a perder un día tras otro...", canción que curiosamente ha sido la banda sonora de los Encierros de Pamplona en las retrasmisiones de la Primera este año. Curiosa analogía, ¿No creeis?
Un buen día, conocí otro bar, la Teja, más pequeño, más mono y mucho más pijo, y me mudé alli, dejando a la Peña desolada. La ignoré por completo hasta que hace poco pasé por su puerta, vi que no existía y se me puso un nudo en la garganta...Es que esto de los ex, a veces, es muy complicado...